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  LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE DIOS

EL PADRENUESTRO

explicados a los seres humanos por Abd-ru-shin



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¡YO SOY EL SEÑOR, TU DIOS!¡

NO TENDRÁS OTROS DIOSES

FUERA DE MÍ!


Quien pueda leer estas palabras correctamente, encontrará en las mismas la sentencia para muchos que no observan este mandamiento, el más importante de todos.

«¡No tendrás otros dioses!»

Es bien poco el alcance que algunos dan a estas palabras. Se lo han puesto muy fácil. Piensan que solamente son idólatras aquellas personas que se arrodillan ante una serie de figuras de madera, las cuales representan cada una a un dios determinado. Acaso piensan también en adoradores de demonios y otros similarmente extraviados, por quienes, en el mejor de los casos, sienten compasión. Sin embargo a sí mismos no se consideran.

¡Contemplaos con detenimiento y examinad bien si tal vez vosotros os teneis que contar entre ellos después de todo!

Alguno de vosotros tendrá un hijo que verdaderamente representa todo para él, por quien haría cualquier sacrificio, olvidándose de todo lo demás. Otro pondrá el placer terrenal muy por encima de todo y, en un final, no sería capaz de renunciar a este placer a favor de otra cosa ni con la mejor volición si se viera ante tal exigencia que le permitiera una decisión voluntaria. Una tercera persona, por su parte, amará el dinero, una cuarta, el poder, una quinta, a una mujer, y otras anhelarán la distinción terrenal. En un final, todos esas personas no hacen más que … amarse a sí mismos.

Esto es idolatría en el más estricto sentido de la palabra. El primer mandamiento lo advierte, lo prohíbe. ¡Y ay de aquel que no lo siga al pie de la letra!

Esta transgresión inmediatamente le pasa la factura a la persona en cuestión, en el hecho que ella siempre ha de permanecer ligada a lo terrenal en el momento de pasar al reino de materialidad etérea. ¡Mas, en realidad, es la persona misma quien se había ligado a lo terrenal por su inclinación a cosas que se hallan en la tierra! Y, de ese modo, su ascención posterior quedará interrumpida, pierde el tiempo que se le ha concedido a tal efecto y correrá el riesgo de no salir a tiempo del reino etéreo para llevar a cabo una resurrección que lo lleve al reino luminoso de los espíritus libres.

Y será arrastrada entonces a la inevitable desintegración de toda materialidad, desintegración esta que sirve de purificación para la resurrección de dicha materialidad y para su nueva formación. Para el alma humana, empero, esto constituye la muerte espiritual de toda conciencia personal que haya desarrollado y también el aniquilamiento de su forma y de su nombre por toda la eternidad.

El cumplimiento de este mandamiento ha de brindar protección contra este terrible destino. Es el más importante de los mandamientos, por ser el más necesario para el ser humano. ¡Lamentablemente, éste tiende con demasiada facilidad a entregarse a un apego que termina esclavizándolo! Mas al permitir que algo se convierta en apego, el ser humano hace de ello un becerro de oro, el cual coloca en el lugar más alto, situándolo, en calidad de ídolo o falsa deidad, al lado de su Dios, ¡muy a menudo incluso por encima de él!

Lamentablemente existen demasiados «apegos» que el ser humano se ha creado y que adopta de buena gana, con gran despreocupación. Apego es la preferencia por algo terrenal, como ya he señalado. Naturalmente, ejemplos como estos hay muchos más.

Mas aquel que adopta un apego por alguna cosa queda «apegado», como correctamente lo indica la palabra. Por lo tanto, queda «apegado» a la materialidad física cuando pase al más allá para su desarrollo posterior, y no podrá liberarse fácilmente, siendo, pues, inhibido, detenido. Esto también puede calificarse de «maldición», la cual constituye una carga para él. El proceso es el mismo, no importa qué palabras se usen para expresarlo.

Sin embargo, si en su existencia terrenal, el ser humano pone a Dios por encima de todo, no sólo en su imaginación o meramente en palabras, sino en su sentir intuitivo, o sea, de forma verdadera y genuina, en un amor pleno de veneración que lo apegue a él, entonces, cuando llegue al más allá, encaminará inmediatamente su andar hacia las alturas por el mismo efecto de esta ligación; ya que llevará consigo la veneración y el amor a Dios, los cuales lo sostendrán, lo conducirán y, al fin, acabarán llevándolo al paraíso, a la morada de los espíritus puros y libres de toda carga, cuyo apego solo los conduce a la verdad luminosa de Dios.

Por lo tanto, poned extremo cuidado en seguir fielmente este mandamiento. Así, estaréis protegidos de numerosos hilos del destino de naturaleza desfavorable.

Abd-ru-shin


  
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